CHARLA D. DANIEL MARTÍNEZ REYES
Las hermandades y cofradías al servicio de la evangelización
D. Daniel Martín Reyes
Querida Hermandad y Archicofradía de Nazarenos del Dulce Nombre de Jesús, Sagrado Descendimiento de Nuestro Señor Jesucristo y Quinta Angustia de María Santísima Nuestra Señora. Queridos todos:
Cito al Papa Pablo VI en su exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, en su número 48:
«Con ello estamos tocando un aspecto de la evangelización que no puede dejarnos insensibles. Queremos referirnos ahora a esa realidad que suele ser designada en nuestros días con el término de religiosidad popular.
Tanto en las regiones donde la Iglesia está establecida desde hace siglos, como en aquellas donde se está implantando, se descubren en el pueblo expresiones particulares de búsqueda de Dios y de la fe. Consideradas durante largo tiempo como menos puras, y a veces despreciadas, estas expresiones constituyen hoy el objeto de un nuevo descubrimiento casi generalizado. Durante el Sínodo, los obispos estudiaron a fondo el significado de las mismas, con un realismo pastoral y un celo admirable.
La religiosidad popular, hay que confesarlo, tiene ciertamente sus límites. Está expuesta frecuentemente a muchas deformaciones de la religión, es decir, a las supersticiones. Se queda frecuentemente a un nivel de manifestaciones culturales, sin llegar a una verdadera adhesión de fe. Puede incluso conducir a la formación de sectas y poner en peligro la verdadera comunidad eclesial.
Pero cuando está bien orientada, sobre todo mediante una pedagogía de evangelización, contiene muchos valores. Refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer. Hace capaz de generosidad y sacrificio hasta el heroísmo, cuando se trata de manifestar la fe. Comporta un hondo sentido de los atributos profundos de Dios: la paternidad, la providencia, la presencia amorosa y constante. Engendra actitudes interiores que raramente pueden observarse en el mismo grado en quienes no poseen esa religiosidad: paciencia, sentido de la cruz en la vida cotidiana, desapego, aceptación de los demás, devoción. Teniendo en cuenta estos aspectos, la llamamos gustosamente «piedad popular», es decir, religión del pueblo, más bien que religiosidad.
*La caridad pastoral debe dictar, a cuantos el Señor ha colocado como jefes de las comunidades eclesiales, las normas de conducta con respecto a esta realidad, a la vez tan rica y tan amenazada. Ante todo, hay que ser sensible a ella, saber percibir sus dimensiones interiores y sus valores innegables, estar dispuesto a ayudarla a superar sus riesgos de desviación. Bien orientada, esta religiosidad popular puede ser cada vez más, para nuestras masas populares, un verdadero encuentro con Dios en Jesucristo”.
Sirvan estas palabras del Papa como dintel de lo que os quiero proponer como reflexión en esta oportunidad que me brindáis para compartir con vosotros. Quisiera plantear mi intervención en tres dimensiones:
- Las hermandades como escuelas de vida cristiana
- Las hermandades como refugios de misericordia
- Las hermandades como portadoras de esperanza
1) Escuelas de vida cristiana
Es el momento de que os cuente un poco sobre mí, sobre mi vida. Nací en una familia humilde de la Puebla de Cazalla, Sevilla. Ya Dios quiso que naciera en el hospital que lleva por nombre a una de las advocaciones que más tocan mi corazón cuando hablamos de María: Nuestra Señor del Rocío. Y con meses mis padres emigraron a una preciosa isla que se sostiene, pensaba yo de pequeño que flotaba, en el mediterráneo. Ibiza. Pensaba que flotaba porque no acababa de entender como un trozo de tierra existía en medio del mar. Pero me sorprendía que no se alejase ni un milímetro de la costa alicantina. Por ello me imaginé que debajo de la isla había un gran gancho, como un garfio, que la sujetaba al fondo del mar. Con el tiempo fui entendiendo el por qué la isla no se alejaba físicamente del territorio peninsular, pero sí que se iba alejando, espiritualmente, de la verdad.
La isla de Ibiza, es preciosa, es un paraíso. Llena de vida, de color, de fantasía en su creación. Al que le guste pintar, cuando el sol se pone en Ibiza, aparecen colores difíciles de imaginar. O sus playas tienen azules difíciles de igualar. Por ello de todo el mundo, desde que el mundo es mundo, ha querido aquello pisar. Restos fenicios ya encontramos. Toda la tierra conoce a Ibiza. Cuando en Roma, en la gran universidad de la Gregoriana, me mandaron a estudiar, el primer día de clase, con casi 100 alumnos: sacerdotes, monjas, laicos de todo el mundo, cuando llegó mi momento dije: soy Daniel y soy de Ibiza y todos comenzaron a bromear. Ibiza igual a fiesta. Uno me dijo: si San Pablo hoy tuviese que escribir una carta a los corintios, se la escribiría a los de Ibiza. Yo defendí a Ibiza y la defiendo, pero es totalmente cierto. Ibiza ha perdido el norte. Por el dios dinero. Por el dios placer. Por la fiesta y el todo vale.
Duele reconocer que cuando las tradiciones y las costumbres de uno son poco a poco suplantadas por el dinero, la realidad cambia. Cambia totalmente porque, como si de un anclón en mitad del mar se tratase, la realidad comienza a alejarse de su sentido original. Un paraíso no ha sido creado para prostituirlo, para profanarlo, para sacarle el máximo provecho cueste lo que cueste. Un paraíso ha sido creado para alabar a su creador, para devolver sus frutos, para ser feliz en él con el hermano. Y esto, si uno entra en esa vorágine de trabajo, los que vivimos allí, o de fiesta, los que van, en lo último que se piensa es en Dios.
He experimentado una Iglesia que sufre mucho la lejanía de los jóvenes sin saber bien qué hacer para que se acerquen. Pero también los padres muestran el dolor al ver a sus hijos y nietos que no van a misa. Por supuesto la fe es mucho más que ir a misa, lo sabemos. Misas pobladas de corazones vacíos sobran. Necesitamos corazones vivos que quieran al Señor. No es cuestión de números lo nuestro, es cuestión de amor. Pero es verdad que como indicativo, el número es importante. Ibiza va en picado. Cayendo día a día. Doliéndonos en el alma a todos.
Por motivos familiares, mi madre en concreto, decide volver a su tierra. Allí murió mi padre. Allí murió mi hermano. Allí murieron sus hermanas. Muchos recuerdos, no muy buenos, de muchas horas, de muchos desvelos y sacrificios. No todo era oro. No todo lo que reluce lo es. Y me armé de valor, escribí a Don José Ángel, que en su gran paternidad no dudó en acogerme. Y para más inri, me mandó a Villanueva del Ariscal.
Y así pasé de una Iglesia donde puedo comprobar cómo va languideciendo en todo y en todos, a una Iglesia viva. Que se sostiene sin duda alguna, por sus hermandades y realidades de apostolado que están vinculadas a la parroquia. En concreto, Villanueva, un pueblo pequeño, tiene 8 realidades distintas: 4 hermandades: Vera+Cruz, Pureza, Sacramental y Rocío. Una agrupación parroquial Santiago. Apostolado de la Oración, Virgen del Carmen y Virgen de los Reyes. Paso de la nada. De ese corcho que flota en el mar. A una revolución de altares y cultos. Todos en el templo parroquial. Paso de no tener ni idea de lo que es una hermandad, a tener 8.
Y os voy a confesar otra verdad. Algunos, compañeros de gremio, quisieron advertirme del peligro de las hermandades. Como si, de un enemigo camuflado se tratase. Como si de una realidad sospechosa se antojase. Y yo pensaba: caramba qué difícil tiene que ser todo esto… no sé muy bien cómo lo enfrentaré. Pero bueno, Dios me ha traído aquí, ya veremos.
Descubro con sorpresa una realidad preciosa en cada hermandad, en sus grupos jóvenes para ser exactos. Descubro algo tan sencillo como que un joven no tiene vergüenza de decir creo en Dios. O de salir al altar revestido para un culto. Descubro que la liturgia les encanta, que incluso me motivan para que yo lo haga mejor, para que me prepare bien los sermones, porque, caramba, la gente escucha. La gente después me repite frases literales que han escuchado en el sermón. Pero bueno, resulta que lo que ocurre aquí, tiene fuerza, tiene arraigo. Resulta que las hermandades, creo, son una herramienta preciosa en la parroquia, como una escuela, poco a poco, se transmite la fe. De familia, en familia, padres a hijos, la fe de una hermandad, la devoción a sus titulares, el amor a su parroquia, a su templo, a sus sacerdotes, es real. No es una dificultad levantar el teléfono y encontrar a 15 o 20 jóvenes que te ayudan en un salto a preparar cualquier cosa, porque están ahí con todo su amor, dando su tiempo, para lo que
haga falta. Y esto, hermanos, no lo hay en más de la mitad de toda España y según datos, que no os voy a leer para no asustar, no lo hay desde luego en toda Europa.
Resulta que aquel que me avisaba que las hermandades son un peligro, no lo juzgo, quizás ciertamente a él le ha tocado una persona difícil en una hermandad, o una junta de gobierno difícil, pero no la hermandad. No la hermandad como transmisora, como escuela de vida cristiana, como escuela de entrega, de sacrificio, de amor, de virtud, de escucha, de paciencia, de vocaciones. Y si no, de corazón, lo mandaba un tiempo a Ibiza y que pudiese comprobar lo que significa que no haya ningún tipo de realidad parecida. Una hermandad es un tesoro. Un tesoro que tenemos que cuidar. Todos. Uno lo hacen hermano sin saber si quiera ni de qué hermandad le están haciendo porque tu padre consideró que era lo más grande que podía darte después de vida. Porque nadie dudó en tu casa, que en la hermandad tú ibas a ser feliz, que ella te iba a acompañar, que ella te iba a enseñar. Que ella marcaría tu calendario contando los días para poder disfrutar con tu estación de penitencia y tus cultos. Para alabar al Señor con alegría, para acercarte con amor a la verdad que sostiene todos nuestros días. Y por eso;
2) Las hermandades son refugio de misericordia
Os leo literalmente un fragmento del discurso del Papa Francisco a la Confederación de Cofradías de las diócesis de Italia en el 2023:
«Toda hermandad tiene como vocación propia crear vínculos de fraternidad a partir del misterio de la vida de Cristo que evoca. En un mundo donde las heridas, divisiones y fracturas afectan cada vez más a las familias, a los esposos, a los hijos en edad cada vez más prematura, a los jóvenes y a los ancianos, a las vocaciones consagradas y a la vida social, es necesario ayudar a todos a que se encuentren de nuevo con Jesucristo en su Iglesia, para que experimenten el consuelo de su misericordia en los sacramentos, en la oración y devociones, en el testimonio auténtico de caridad especialmente con los más necesitados»
Las hermandades se transforman en ese hospital de campaña del que el Papa hablaba al inicio de su ministerio petrino. Son realidades que abrazan y llegan allí donde muchos no podemos llegar. La iglesia, en su realidad sacramental y en sus propios grupos parroquiales, reconoce que se queda muy lejos de muchas realidades existenciales que el papa ha llamado periferias. Pero gracias a las hermandades, esas periferias existenciales se convierten en realidad concreta a la que se llega. Por ello, al cuidar una hermandad, cuidamos esta verdad: la quinta angustia no es solo un paso de misterio que recorre unas calles. Ni muchísimo menos. En ella, por ella, con ella, el Señor llega al corazón de muchos que necesitan una palabra de vida. Que necesitan un perdón profundo, que saben que el Señor que pende de una cruz, ha dado la vida por él. Y esto le devuelve al corazón su motivo primero de existencia. Y por eso la hermandad nos recuerda nuestro origen y nos remite a nuestro fin. Por eso muchos hermanos se van a la casa del padre con su túnica de nazareno. Porque en la hermandad hemos
encontrado, en la Iglesia, un puerto seguro donde resguardarnos de tantas bregas y heridas de la vida. Por eso en una hermandad, o mejor dicho en un cristiano, no pega ni con cola el enfrentamiento, la rivalidad, la división. Por eso la hermandad debe crear siempre puntos de encuentro y unión entre ella y con el resto. La comunión requiere sacrificio. Muchos. Todos los días. Lo saben los matrimonios. Son escuelas de unión. Por eso la hermandad cuando sale a ofrecer misericordia, lo primero que ofrece porque el mundo lo necesita, es unión. Mirad como se aman, es lo que el mundo quiere ver. Esto es posible gracias a que muchos de vosotros y antes que vosotros, han dado lo mejor para construir lo que hoy sois. Por lo que el futuro no nos importa como algo que viene de fuera y nos sobrevive sin que podamos hacer nada, sino que el futuro, de la mano de Dios, que nos hace libres, se construye. Una hermandad se construye cada día en todas sus decisiones, en todos sus comentarios, en todos sus silencios. En cómo acepta al otro, al diferente, al que viene nuevo, al que no es de los de siempre y podríamos decir, como lo soy, es un poco forastero. La hermandad es un refugio de pecadores, donde se ofrece misericordia. Sin límite. Sin cuotas. Para Dios no hay mensualidades. Para Dios solo hay hijos. Hermanos. Que necesitamos, último punto:
3) Hermandades portadoras de esperanza en tres sentidos
a. En el sentido de que nos abren a la capacidad de creernos verdaderos hijos de Dios. Esta realidad nos hace sabernos portadores de una verdad inconmensurable: soy amado. Amado en todo lo que soy. Soy hijo de Dios. Esta es mi verdadera y eterna identidad, hoy en un mundo donde se buscan tantas identidades. La verdadera, la profunda, la que plenifica todo lo que soy es que soy hijo. Tengo un padre eterno que me ama y cuida y custodia y no me deja jamás.
b. Segundo en el sentido de la vida eterna. Las hermandades ofrecen misas por el eterno descanso de sus miembros y demás difuntos. Esto es algo precioso, que ayuda a todos a recordarnos el gran misterio de la muerte y resurrección de Cristo. En una sociedad donde se difunde el querer ocultar la muerte y sus signos, las hermandades con vuestro cuidado por el sufragio por los difuntos os habéis convertido en un lugar de evangelización cumpliendo una tarea imprescindible: rezar por los que han muerto. Mantener nuestra esperanza en la vida eterna.
c. Y por último, en la belleza de todo el patrimonio artístico nos abrís a la esperanza del misterio que contemplamos en la vida eterna. El culto litúrgico, bellamente preparado, que reconoce que en el altar se hace presente el Señor resucitado, su Cuerpo y su Sangre, presencia real, Eucaristía, nos ayuda. El cuidado que ponéis en todo este misterio nos abre a la esperanza. Nos hace esperar con alegría el retorno del Señor. Nos ayuda a entender que la belleza es la puerta de la salvación. No es una cuestión simple, no es solo cuestión de gustos. Si de verdad se asume la tarea de la evangelización, se asume que en la liturgia hay un campo precioso de siembra y que la liturgia toca el corazón del creyente, del que
participa, del que ofrece su vida también con el sacerdote y el cuerpo de acólitos y el coro. Todos juntos, en el altar. Todos ofreciéndonos en la patena y en el cáliz. Y todo lo externo ayuda a este misterio de amor. Tanto el cáliz, como la casulla, como la dignidad del celebrante, el celo, la paz, la calma, la preparación, la música, las luces, el incienso, los acólitos y sus túnicas, todo, el respeto, el silencio, como vamos. Y sobre todo, como salimos. A veces yo llego muerto a una eucaristía, es decir, agotado. Cansado. Siempre salgo nuevo. Lleno. Pleno. Algo único acontece en el altar.
Hermanos la fuerza de la hermandad está en el sagrario. La fuerza de la hermandad está en la Eucaristía. La fuerza de la vida cristiana está en el Señor. De la mano de María en sus preciosas advocaciones. Y esta belleza litúrgica ya rompe el cielo cuando sale en paso de misterio o en palio, cuando una fila interminable de hermanos ofrece sus pies y sus manos para acompañar a sus titulares. Cuando costaleros cargan y son pies de lo que toda Sevilla contempla como misterio y espera con ansía eterna.
Encontrarse un día ante esta quinta angustia y su agonía. Encontrarse ante este Señor que pende de una cruz, pero que vive para siempre. Y ante María que nos sostendrá con su amor de Madre.
Gracias por este rato. Os dejo preguntas. Dudas. Sugerencias. Lo que queráis. Aquí me tenéis. Y me despido con otra anécdota.
Siendo muy pequeño, mi abuela se puso muy mala. Desde Ibiza vinimos a la Puebla y en una de las noches de semana santa, tarde noche, mi familia me dijo, vámonos a Sevilla. A ver si vemos algún paso. Tanta gente me acobardaba, cuanta criatura, y en una esquina, de lejos, vi como un paso, poco a poco, grande, con mucha dulzura, rompía la calle y dibujaba a un Cristo que pendía de una cruz en el momento de su descendimiento. Jamás pensé que mi primera charla fuese ante la hermandad del primer paso que contemplé cuando tenía pocos años de edad en mi primer viaje a Sevilla.
Unos lo llaman casualidad. Yo lo llamo Dios. Unos lo llaman curiosidad. Yo lo llamo acto de amor.
Hermandad escuela de vida cristiana
Hermandad refugio de misericordia
Hermandad portadora de esperanza
Con todos nuestros límites, obviamente. Con todo lo que hay que mejorar, ya lo sabemos. El primero, el que os habla. Pero que nada de lo que nos queda por recorrer, nos impida valorar todo lo que hemos recorrido y todo el bien que hacemos en cada paso que seguimos dando. Y si nos equivocamos, juntos retomamos el sendero y seguimos, de día en día, dando testimonio de que todo esto lo lleva el que lo lleva, que es el que nos sustenta y por el que hacemos todo lo que hacemos. Jesucristo, Nuestro Señor y María en su Quinta Angustia.
Padre Nuestro, Ave María y Gloria por nuestros difuntos.